Encabezada por Luis Scola, la Argentina vivió con locura la entrada en el Maracaná, en medio de gritos de alegría y reprobación brasileña; Pareto buscará hoy la primera alegría para la delegación nacional
RIO DE JANEIRO.- Un par de minutos antes, el Maracaná había soltado la primera gran exclamación con la salida para desfilar de la delegación alemana.
Cuando de pronto, a las 20.58, apareció bien alta la bandera argentina. Detrás de Luis Scola , el resto de la delegación había parado de saltar y cantar.
La euforia de un momento inolvidable le daba pasa al disfrute, a incorporar esas sensaciones que nunca se irán.
Luifa se afirmó bien, como cuando se faja debajo de los tableros, y dio el paso al frente.
No hubo necesidad de presentaciones: al ver los colores, los aplausos se mezclaron rápidamente con gritos de algarabía y también de reprobación de muchos aficionados brasileños, casi como una escena virtual de la final del Mundial 2014 que no fue.
Pero, ¿qué le iba a hacer ese sonido ensordecedor al abanderado del pueblo, al gran capitán de la Generación Dorada, que en Atenas le volcaba la pelota al Dream Team? Y detrás los demás: las leonas saltando, los seleccionados de handball, con Matías Schulz sacando pecho como cuando abre sus brazos y pone cuerpo y alma a cara descubierta ante los gigantes que se elevan a pocos metros. «Argentina» se anunció en varios idiomas, pero ya era tarde: todos se habían dado cuenta.
Una recepción que será inolvidable para todos: los que estuvieron, los que debieron quedarse en la Villa porque compiten hoy temprano y los que todavía no llegaron porque participan más adelante en sus disciplinas y desearon fervientemente haber estado.
Elegantes de azul y blanco, festejando un momento inolvidable, atravesaron el estadio como cada delegación, mientras en las plateas el presidente de la Nación, Mauricio Macri, y su esposa, Juliana Awada, se ponían de pie para aplaudir a los atletas. Al final del camino, el grupo viró hacia la derecha. Y mientras Scola dejaba la bandera en un sector, el grupo de más de un centenar de integrantes empezó un recorrido anárquico, rompiendo filas, separándose en grupos, filmándose, sacándose selfies, acercándose a las plateas para buscar a familiares y amigos. Los voluntarios tuvieron bastante trabajo hasta llevarlos casi hasta el sector por donde habían ingresado.
Y ahí la siguieron, como si estuviesen en una gran celebración, que en rigor lo fue.
Una fiesta que había comenzado en la Villa misma, con un álbum de fotos variado y único, que pueden reunir en un instante a Ginóbili, Federico Grabich, Nicolás Laprovíttola, Luciano De Cecco y Delfina Merino, entre otros.
Momentos inolvidables. El de Scola, que no ocultaba su felicidad por la distinción de ser abanderado en sus últimos Juegos Olímpicos, reflejada en ese tuit previo con el «Allá vamos», con el resto de los atletas detrás.
La misma experiencia que ya había protagonizado Manu Ginóbili en Pekín 2008 y que llevará para siempre en el corazón, como los cuatro anillos de la NBA. O el de Juan Imhoff, al que todos acompañaron en esa palomita del try frente a Irlanda en el Mundial de rugby 2015, y que se sintió conmovido simplemente por estar rodeado de cracks de diferentes deportes.
El de Santiago Lange, el doble medallista en la Clase Tornado y que a los 54 años, después de hacerle frente a un cáncer de pulmón, se dio el gusto de su vida: desfilar y ver encender el pebetero junto con sus hijos Yago y Klaus, en su sexta participación olímpica.
«Y sí, me emocioné y puchereé un poco, fue demasiado lindo todo».
O el de Facundo Conte, el hijo de la leyenda del voleibol, Hugo, que un día antes lo había visitado en la Villa Olímpica y ayer daba vueltas por los alrededores del estadio para no perderse un ritual que disfrutó tantas veces.
«Un lujito más que nos damos en esta familia», escribió el heredero.